La Universidad de El
Salvador, sujeta a un momento económico, social y cultural mundial, está
dirigida actualmente por una selección
particular de personas. Amplío. En el castellano que hablamos los y las
salvadoreñas usamos la palabra particular,
a veces, para referirnos a alguien que es desconocido para nosotros o que no pertenece
a un grupo cohesionado, por ejemplo, por
la intimidad y confianza o para referirnos a un inmueble u objeto que no está
relacionado a nosotros de ninguna forma. De manera que al referirme a estos
personajes como particulares no estoy
usando la palabra particular para destacar a ese conjunto de personas en
positivo sino para denotar la lejanía de este “grupo de lejanos”. Lejanos a los
intereses construidos histórica y socialmente que están relacionados al
surgimiento de y desde la universidad autónoma – pública y que se fueron
convirtiendo desde principios del siglo XX en caminos y espacios de crítica al
Estado. No es de interés absoluto si este grupo de personas se graduó de la UES,
su objetivo es llevar (maliciosamente) a la universidad a un estado de
separación con la sociedad salvadoreña, a una separación tal, que la universidad se vuelva irreconciliable
e irreconocible con la clase trabajadora. El Afán por convertir la Universidad
en un espacio “competitivo” en el contexto mundial ha deshumanizado los
procesos, el espíritu y la mística que tuviera la Universidad en los tiempos
del conflicto armado, por ejemplo. Lo que en mi opinión fue osado y maravilloso.
Y en lugar de teorizar la universidad como espacio que revela la tensión y
contradicción en el sistema capitalista se busca la fórmula para ser una empresa
de bienes y servicios rentable en el mercado mundial. Una maquila que produce
gente que sabe hacer cosas que la gente a la que se le negó el acceso a la
educación superior no puede hacer, pero aun así, graduados de la Universidad, van a ser profesionales remunerados pesimamente,
alucinados por haber alcanzado incorporarse al encantamiento de la modernidad
capitalista y poder construir un país conforme con la opresión y resignado a su
pequeñez, que busca el pan de hoy y no lucha por el pan para toda la vida. En
ese sentido debemos recordar que no hay presente sin pasado y no hay futuro sin
presente que no mire al pasado. En palabras de Teresa Matus citando a W. Benjamín
debemos acercarnos al presente en un
horizonte de expectativas no cumplidas del pasado. Los caminos para la crítica
son posibles cuando dejamos la inmediatez propinada (como un golpe) por la
velocidad en la que corre nuestra generación. Una velocidad que revela
vergonzosamente nuestra desesperación idiota de olvidar el pasado lo más pronto
posible.
La universidad que No
queremos va a ser posible cuando la Universidad que SI queremos no sea punto de
llegada sino punto de partida. No debemos dejar que nos intimiden las
autoridades de la Universidad, necesitamos una articulación que haga posible la
insurrección y la defensa de la dignidad como estudiantes, como hijas e hijos
de trabajadores. La universidad no debe ser un trampolín como lo plantea la estúpida
movilidad social enseñada por los
italianos y creída por nosotros desde el siglo XVII. Hay que leer a Fabio
Castillo para darse cuenta de la gravedad del asunto, para montarnos en ese
horizonte Benjaminiano de expectativas, diría yo, AUN no cumplidas del pasado, cuando
en 1991 sentencio diciendo que la
universidad y lxs universitarixs deben desconocer y repudiar al estudiante que,
al convertirse en académico mediante el esfuerzo del pueblo y de su familia,
desconoce y repudia a su familia y a su medio social avergonzándose de ellos. La
movilidad superada por la movilización, la movilización del pensamiento, de la crítica,
de la creación de formas otras de
organizarnos para resistir y transformar la sociedad. Si la Universidad de El
Salvador para cambiar requiriera una toma sin precedentes extensa cuanto tiempo
fuera necesario para obligar a la renuncia de las autoridades mientras se
formula una nueva ley orgánica y se instaura un nuevo gobierno universitario
cien por ciento estudiantil, yo me hago responsable y participante. Ha llegado
el tiempo de predicar, de buscar otros vehículos para transmitir lo que hace
que en lo profundo de nuestro corazón nos hace sentir estudiantes universitarios.
No esperemos la represión manifiesta para actuar, aprovechemos las condiciones
y las capacidades humanas que poseemos las y los organizados para construir una
alternativa combativa e indetenible. Ahora sí, hacia la libertad por la
cultura.
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